Y cómo no llegaba la compañia me hice de otra. Y me cobran ciento cincuenta euros por darme de baja.
Y así está montado el tinglado.
Eso sí, el chico que me atendió se las ha tenido que comer dobladas, porque su insistencia de si conocía a alguién para hacer un cambio de titularidad antes de darme la noticia es digna de mención.
La jodida letra pequeña. Esa que siempre quiero leer y nunca leo.
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